Un país con tres discursos irreconciliables
Edgar Cherubini Lecuna
El filósofo y lingüista José Manuel Briceño Guerrero (1929-2014), al estudiar la complejidad existencial del latinoamericano, afirmaba lo siguiente: “Fuimos europeos primeros de América que nos convertimos en europeos segundos a distancia, por efecto de las revoluciones de los siglos XVIII y XIX, al calor de las luchas de emancipación. Somos los descendientes de los libertadores, los que después de nuestra independencia política buscamos la independencia económica y mental sin haberla podido conseguir hasta ahora”. Si bien las democracias latinoamericanas se construyeron con base en modelos occidentales, estas no han terminado de consolidarse, como tampoco el pleno desarrollo de sus países.
La aproximación a esta realidad la analiza Briceño Guerrero a partir del lenguaje, ese lenguaje con el que el hombre construye el mundo, de allí que en sus reflexiones sobre el ser latinoamericano las encamina a través de tres discursos, compilados y editados por Monteávila en 1994, bajo el título El laberinto de los tres minotauros: “El “discurso de señores”, es decir, el discurso cristiano-hispánico o discurso mantuano heredado de la España imperial, en su versión americana característica de los criollos y del sistema colonial español. En lo material está ligado a un sistema social de nobleza heredada, de la jerarquía y del privilegio. Este discurso se afianzó durante los siglos de colonia y pervive con fuerza silenciosa en el período republicano hasta nuestros días, estructurando las aspiraciones y ambiciones en torno a la búsqueda personal y familiar o de privilegios de clan, noble ociosidad, filiación y no mérito, sobre relaciones señoriales de lealtad y protección, gracia y no función, territorio con peaje y no servicio oficial aún en los niveles limítrofes del poder. Supervivencia del ethos mantuano en mil formas nuevas y extendidas a toda la población.
El “”discurso de las luces”, patrimonio de los siglos XVIII y XIX, guiado por la razón, animado por la posibilidad del cambio social deliberado y planificado hacia la vigencia de los derechos humanos para la totalidad de la población, expresado tanto en el texto de las constituciones como en los programas de acción política de los partidos y las concepciones científicas del hombre, potenciado verbalmente con el auge teórico de los diversos positivismos, tecnocracias y socialismos con su alboroto doctrinario en movimientos civiles o militares o paramilitares de declarada intención revolucionaria. Este discurso gobierna sobre todo las declaraciones oficiales, los pensamientos y palabras que expresan concepciones sobre el universo y la sociedad, proyectos de gobierno de mandatarios y partidos, doctrinas y programas de los revolucionarios.
El “discurso salvaje” de los que no tenían derecho a hablar, legado de la derrota sufrida por los indígenas y las víctimas de la esclavitud negra en suelo americano. Es el discurso del resentimiento en los pardos por la relegación a larguísimo plazo de sus anhelos de superación. Pero portador igualmente de la nostalgia por formas de vida no europeas no occidentales, conservador de horizontes culturales aparentemente cerrados por la imposición de Europa en América. Para este discurso lo occidental es ajeno y extraño. Sus portavoces representan una alteridad inasimilable en cuyo seno sobrevive en sumisión aparente, rebeldía ocasional, astucia permanente y oscura nostalgia. El discurso salvaje se asienta en la más íntima afectividad y relativiza a los otros dos, poniéndose de manifiesto en un cierto desprecio secreto por todo lo que se piensa, se dice y se hace, tanto así que la amistad más auténtica no está basada en el compartir de ideales o de intereses, sino en la comunión con un sutil oprobio, sentido como inherente a su condición, el discurso salvaje corroe todos los proyectos y se lamenta complacido.
Estos tres discursos de fondo están presentes en la sociedad. Es fácil ver que estos tres discursos se obstaculizan mutuamente produciendo para América consecuencias graves y lamentables, ninguno de los tres discursos logra gobernar la vida pública hasta el punto de poder dirigirla hacia formas coherentes y exitosas de organización, pero cada uno de los discursos es suficientemente fuerte para frustrar a los otros dos, y los tres son mutuamente inconciliables e irreconciliables”.
Pensando en voz alta, pudiéramos añadir que también se mimetizan unos con otros para fines inconfesables. En el caso de Venezuela, pienso que se hace patente cómo la llamada revolución de los pobres o “Socialismo del siglo XXI”, enarboló en sus comienzos el “discurso de las luces”, agraciándose con el “discurso de los señores” notables y mantuanos, ganándose además el apoyo ciego de la izquierda internacional que veneró a un caudillo militar e ignorante portavoz de un “discurso salvaje”. Cuando los dirigentes del régimen militar con fachada civil hablan de soberanía popular y socialismo, sabemos que no tiene nada que ver con el socialismo democrático europeo o norteamericano. Lo mismo sucede cuando proclaman la independencia o la igualdad. Además, se disfrazan del “discurso de señores”, al haberse entronizado en el poder siendo una minoría y esgrimen el “discurso salvaje” al perseguir y violentar a los que no piensan como ellos, mientras saquean las riquezas de la nación en medio de la corrupción y la impunidad. Luego de dilapidar más de 800.000 millones de dólares en 17 años, de los cuales desaparecieron 300.000, sin dejar rastro alguno, conduciendo al país a la ruina, hablan de revolución, socialismo y comunismo a bordo de sus lujosos yates anclados en marinas del primer mundo o en sus jets privados y mansiones gracias a sus testaferros, una vida de ostentación con cuentas multimillonarias en la banca internacional mientras proclaman que “ser rico es malo” y llaman al “pueblo” a apoyar la revolución y enfrentar a los imperios de occidente. El cinismo y el autoritarismo se aprende en las cortes de los señores y el pillaje es sin duda una característica de lo salvaje. Durante la era democrática los tres discursos fluctuaron en diversos tiempos. Recordemos la dictadura de los partidos de espaldas al país y la secular corrupción. Hoy, algunos de sus dirigentes esgrimen el “discurso de las luces”, mientras traicionan sus principios al negociar con los portavoces del “discurso de los señores” y del “discurso salvaje”.
Para los que abogamos por un discurso unificador que brinde un concepto de país para hacer posible su reconstrucción en democracia, la cruda realidad desbarata las buenas intenciones, ya que, tal como afirma Briceño Guerrero, “Los tres discursos se interpenetran, se parasitan y lo más dramático es que se sabotean entre si, son inconciliables e irreconciliables. Ante este panorama de discursos en guerra, sin victoria, sólo queda, en la perspectiva del presente, el escalofrío estético catártico que produce la contemplación de una tragedia”.
Los que tuvimos el privilegio de conocer a Briceño Guerrero y nutrirnos de su erudición y visión del mundo, damos testimonio de su bonhomía, así como de su fino humor. A finales de los sesenta, a sus estudiantes en la ULA, en ocasiones nos abordaba o nos respondía con un tono irónico, tosco o agrio, utilizando un lenguaje poco académico o amistoso para, después de observar nuestro gesto de perplejidad, soltar una risa sonora para demostrarnos que estaba actuando un rol cualquiera en alguno de los tres discursos. Su método de análisis era una especie de Gestalt, al asumir y representar diferentes roles y actuarlos para poder entenderlos o el de un actor que ensaya su papel en lo cotidiano, para poder transmitir los sentimientos y pulsiones del personaje representado. Esto le permitía escribir con impecable prosa, reflexiones desde lo profundo de ese sentir y hablar. Sus discursos están escritos por personajes que encarnan cada uno de ellos y que atrapan al lector en un laberinto de pulsiones demasiado cercanas.
En uno de sus primeros ensayos, Briceño Guerrero afirma: “(…) nuestra idiosincrasia mestiza se manifiesta negativamente de múltiples maneras como oposición, obstáculo y entorpecimiento de las instituciones que nos rigen. Así tenemos: en el trabajo el “manguareo”, en la educación sistemática, la “paja” o el “caletrazo” mal digerido de manuales por parte de los profesores, el “apuntismo” y el “vivalapepismo” por parte de los estudiantes; en la vida social la “mamadera de gallo”; en la producción literaria y artística, el “facilismo” … en la política el “bochinche”, el “caudillismo”, el “golpismo”; en las posiciones de responsabilidad el “paterrolismo” y el “guabineo”; en la lucha por el mejoramiento personal, el “pájaro- bravismo”, el “compadrazgo” y la “rebatiña”; en la religión el “ensalme”, la “pava”, la “mavita”, el “cierre”, los “muñecos” y las “lamparitas”…”.
En su libro Discurso salvaje, hay un pasaje revelador sobre la astucia. Allí Briceño Guerrero habla en primera persona, asumiendo el drama con un realismo conmovedor: “Dominados. Ante la fuerza superior de Occidente, nuestros ancestros derrotados debieron escoger la esclavitud o la muerte. Muchos murieron luchando. Otros aceptaron la servidumbre, se agacharon, rodilla en tierra, bajaron la cerviz, para sobrevivir. De estos otros descendimos nosotros, de ellos heredamos ese amor oprobioso por la vida, más grande que la libertad y el honor. No entendemos el valor heroico, no comprendemos que pueda haber algo más importante que la vida. Vivir de rodillas es vivir y mientras hay vida hay esperanza. Heredamos el rechazo cobarde de la muerte, pero también la astucia, la rebeldía a largo plazo disimulada en la actitud servil, la agresividad cuidadosa siempre lista para el golpe a mansalva o el repliegue. Dominados, pero existentes. Conservamos identidad. Somos nosotros. Otros, distintos de ellos, los dominadores, luego no nos han dominado realmente, no nos han asimilado, no nos han integrado a su ser…”. En un momento de crisis y de una gran incertidumbre como el que vive Venezuela, en el que se hace necesario reinventarnos como nación, es oportuno tomar en cuenta y reflexionar sobre los tres discursos que aborda Briceño Guerrero.
La urgencia de un nuevo discurso
Desde el inicio del régimen chavista, no he cesado de alertar sobre el lenguaje perverso de Chávez, consolidado después por Maduro, un lenguaje totalitario que ha logrado implantar una sintaxis de terror y que, junto al desmantelamiento de las instituciones, ha logrado demoler el lenguaje político, de allí que la democracia y su sistema de libertades y derechos, de progreso individual y colectivo se están extinguiendo junto con éste. Urge, por lo tanto, reconstruir el lenguaje político en Venezuela como un instrumento de supervivencia.
Comencemos por decir que existen variadas definiciones sobre lo que es una nación, aunque todas hacen referencia a un conjunto de personas que se encuentran unidas por vínculos comunes como son la raza, la cultura, las costumbres y las tradiciones, que van conformando su historia dentro de unos límites geográficos, pero fundamentalmente por compartir la misma lengua que, a su vez, es utilizada para construir y unificar a la nación y a su historia. Esa lengua se transforma en lenguaje político, herramienta fundamental para lograr un pacto social, que es el resultado de la dinámica democrática expresada en acuerdos sobre estrategias y soluciones colectivas, que aglutinan las individualidades en una causa común, en un destino común de nación. El lenguaje político es la expresión de una conciencia de Estado para enrumbar la nación, independientemente de las ideologías y tendencias que convivan en su interior.
Contrario a esto, en Venezuela predomina hoy un lenguaje de odio, reduccionista y excluyente, típico de los totalitarismos de todo cuño. Un lenguaje que divide y fractura en vez de unir. Un gobierno, conformado por una minoría criminal, inepta y corrupta ha impuesto los estrechos límites de su visión del mundo a toda una sociedad. Los resultados están a la vista. Pero lo más perverso ha sido la demolición del lenguaje político, ya que con su desaparición se extinguen la democracia y su sistema de libertades, de progreso individual y colectivo en medio de un despropósito pervertido, desatinado y nihilista.
La amenaza, el avasallamiento, el irrespeto y la indignidad constituyen la estructura de un discurso que arremete a diario contra la construcción de la verdad social, que debe ser el producto del conjunto de subjetividades que la conforman. Según Jean Pierre Faye (Langages totalitaires, Hermann, París, 1972), el lenguaje totalitario es de por sí limitado debido a la exclusión que hace del resto de la sociedad que no piensa como su emisor. Es un lenguaje pervertido y destructivo originado en la ilegitimidad y deshumanización del individuo que trata de imponerlo, pues para lograrlo debe recurrir a la violencia contra la voluntad de los otros, despreciando su dignidad, conduciendo al colectivo a espacios pre-políticos, salvajes.
El sociólogo Ernest Gellner sostiene que dos personas son de la misma nación si comparten la misma cultura, entendiendo por cultura un sistema de ideas y signos, de asociaciones y de pautas de conducta y comunicación. De allí que el lenguaje actúa como denominador común de cualquier identidad, es decir, es el instrumento indispensable para construir una visión del mundo y orientar el devenir de una nación. Pero el régimen a profundizado su discurso destructivo, conduciendo a la sociedad venezolana la ruina moral y a niveles pre-sociales. Nos preguntamos entonces cuál es el lenguaje de los jóvenes que nacieron en 1998 y que junto a los que respaldan al régimen se han nutrido durante 20 años de un discurso onomatopéyico y envilecido que solo expresa las limitaciones y pobreza mental de sus emisores. ¿Cuál es su visión del mundo? La respuesta es lo que Ludwig Wittgenstein acertó al afirmar “Los límites del lenguaje son los límites del mundo”.
La construcción de una nación es la suma del aporte de las narrativas individuales, de las convicciones, fidelidades y solidaridades de cada uno de sus ciudadanos (Gellner). Una nación es una dinámica y permanente construcción humana. Para la supervivencia como nación se hace necesario suplantar la estrechez de ese discurso que nos han impuesto hasta ahora por un discurso que motive la sinergia de todos los venezolanos y que sea capaz de construir una causa que nos conmueva y nos movilice permanentemente en la defensa de la democracia, de los derechos humanos, del progreso, de la libertad, la igualdad y la justicia social, de hacernos sentir orgullosos de pertenecer a una nación digna en el contexto global del siglo XXI.
El futuro depende del lenguaje que utilicemos, pero como dice James Baldwin (Nothing Personal): “La realidad detrás de estas palabras depende, en última instancia, de lo que todos y cada uno de nosotros creamos lo que realmente representan, depende de las decisiones que uno esté dispuesto a tomar, todos los días”. Por eso, se hace necesario un discurso unificador que transmita conceptos, ideas, estrategias y convicciones, que nos haga partícipes de una causa común de nación, que reconstruya el escenario político venezolano para hacer posible el renacimiento y la reconstrucción de la nación a la que aspiramos y merecemos. Cada día que pasa se hace más urgente.